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domingo, 1 de abril de 2012

Mi Último Cigarro


Fumo para dejar que mis ideas se escapen con el humo y así no tener que enfrentar a mis monstruos, esos amorfos que cada mitología ha tratado de explicar y que la mayoría tiene bien guardados porque no quieren ver al Dorian Gray que los carcome. Cada tecla que suena de mi computadora es un eco de mi, el reflejo de mi sombra es la camisa de rayas ondulantes sin mi cabeza. Y porque fumo es que no puedo estar en casa, en casa no me dejan, en casa no escribo, en casa esta mi hermano menor con música a volumen 56 con todos sus amigos.
Me largo, me voy, me esfumo; este exceso de sonidos no me permite llegar a mis pensamientos más certeros, los monstruos me llegan y no tengo pensamientos para defenderme. Aparentemente es reciente el decreto ese que designa un “espacio 100% libre de humo”, no puedo estar en un café, no puedo ir a un restaurant, no estoy en mi computadora escribiendo en ningún lugar.

Me fugo, ida, desplazada a un bar de mala muerte, allí los hombres están ocupados con mujeres indumentadas y no conmigo que hoy especialmente quiero estar sola y se me nota. Me siento en la barra y pido al barman más horroroso de la historia de cualquier “tasca-restaurant familiar”, incluso si su nombre es “Las Tres P’s” un Cosmopolitan pero solo recibí una mirada despreciativa que inmediatamente fue sucedida por una cerveza de botella no identificada. Con cara de estupefacción lo mire y le di un trago a la cerveza, era más amarga de lo acostumbrado pero igual me resigno.

Veo que cada vez que el barman servía un trago se sirve un Tequila para si, estoy en mi barra sentada y esto solo me puede recordar el “Mito de las Cavernas” que Platón tan generosamente nos dejó, no quiero voltear a ver a los otros, solo quiero ver una realidad, solo deseo sumergirme en el humo, solo quiero ver las sombras de los que están a mi alrededor pero a ellos no, me horroriza pensar en donde me metí, prefiero vivir la realidad de mi cerveza desconocida que ver el espectáculo decadente que me rodea, quiero dejarlos a ellos en la otredad.

Pero no, la otredad me golpea terriblemente porque no me percato que este barman pertenece a ellos y que ya lleva unos cuantos tequilas encima, y que ahora está tan ebrio que hasta sonríe, y lo peor de todo es que me sonrie a mi, una Tragedia con la que Eurípides reiría, pero al menos tengo el humo de mi cigarro.

El barman que resulta llamarse Alberto, me sonríe alegremente, cuenta que nació en Casanay, estado Anzoategui y que ahora vive alquilado en una pensión a unas cuadras del bar y comparte habitación con “Záfiro” y su pana Gustavo para compartir el gasto, se pone a llorar y entre dientes le escucho “coño como extraño a mi viejita vale” y al mismo tiempo se ríe, risa que fue seguida de un vómito oprobioso, liquido, incoloro y abominablemente pestilente. Me levanto inmediatamente asqueada, a punto de vomitar la amargura nocturna y recibo una llamada, mis amigos que pasaran por mi, cuando salgo asqueada están cerrando la maleta del Mal¡bu, solo alcanzo a ver una cabellera canosa y me dicen apurados “métete que vamos tarde”. Me monto y enciendo mi último cigarro.

1 comentario:

  1. ¿En que bar de mala muerte te has metido últimamente?
    Estaba interesante hasta que el barman regurgitó toda su vida en un instante ^^
    Pues la vida se te va en el humo y tus pensamientos en el solo encender de un cigarrillo.

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